Centro Cultural Chino

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Experiéncia de Nathalie en china
2014-01-29

Hace sólo un par de meses esa palabra traía a mi mente muchos datos e imágenes, pero despertaba muy poco en mi interior. Ahora, después de haber tenido la oportunidad de pasar allí un mes, todo ha cambiado.  China ha dejado de ser un país más, uno muy grande eso sí, para ser uno de esos lugares que llevas en el corazón. Ahora cada vez que veo algún carácter, sea o no chino, le presto atención; leo cada noticia sobre China con más cuidado y subo el volumen si aparece algo en la televisión. 

Sin embargo, lo que más valoro de ese viaje no es la puerta que le ha abierto a mi curiosidad, sino a mi corazón. Haber tenido contacto con una cultura tan diferente me ha hecho reflexionar sobre quién soy y a dónde voy.

Todo empezó un tres de julio de 2009. Salí de Vigo a primera hora de la mañana y me pasé unas 20 horas entre aviones y aeropuertos. No tenía grandes expectativas, por estar haciendo otros planes no había siquiera tenido tiempo de imaginar cómo sería ese mes. Beijing no me recibió de la mejor manera, su primer regalo no fue más que  unas horas para pensar, unas horas en las que no pude hacer mucho más. Después llegó el “Pekinazo”, el choque cultural. El calor, las costumbres, la comida…y ¡la lengua!

Pekín. Beijing te pone en tu lugar: allí todo es tan grande que no tienes más remedio que darte cuenta de que cada uno de nosotros no es más que una hormiguita en un soleado jardín de diversidad. Bei + jing: fueron los primeros ideogramas que aprendí, y sin siquiera darme cuenta.

Xian. Más que sus famosos guerreros, lo que realmente se me quedó grabado en la memoria fue una imagen de Buda en la Gran Pagoda de la Oca Salvaje. Me gusta creer que los artistas dejan algo de sí en sus obras, y esa gran escultura tiene mucho que transmitir.

Shanghai. La capital económica tiene mucho que ofrecer, pero si me tuviese que quedar con un solo instante, escogería la imagen de la ciudad desde el más alto de sus rascacielos. Tener el mundo a tus pies -literalmente- y darte cuenta de que no te caes, le da un subidón a cualquiera.

Guilin. Te demuestra que ser diferente es una virtud. He tenido la suerte de ver la naturaleza de Venezuela, donde los colores y sabores son infinitos, y creía que era casi imposible conocer algo tan exuberante. Las montañas de Guilin no se parecen en nada a las venezolanas, es una belleza diferente, sus formas representan camellos y caballos. Guilin es una ciudad pequerrecha, y aún así tres veces más grande que la ciudad sin estatus de capital más grande de España1.

Beijing Jiaotong Daxue. La única uni en la que he asistido a clases casi particulares. Y en la que tuve que reconocer que la comunicación por señas no es tan limitada como creía: yo, traductora e intérprete, tuve que reconocer que una mirada, una sonrisa no necesita traducción, eso sí es universal, y lo ha sido desde siempre, desde mucho antes de la era de la globalización.

     Lo que más me gustó de China fueron las personas que allí conocí. Lo que menos: que no me dio tiempo de procesar todos los estímulos recibidos hasta estar de vuelta en España, hasta estar de vuelta en casa.
 
Nathalie Aranguren
Vigo